La llave en el desván by Alejandro Casona

La llave en el desván by Alejandro Casona

autor:Alejandro Casona
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro
publicado: 2019-03-17T23:00:00+00:00


ACTO TERCERO

En el mismo llagar, la misma noche.

DON GABRIEL encimado en sus notas. Pausa, SIBILA hacia la escalera cubriendo unas prendas o vestidos y rezongando, como de costumbre.SIBILA.— Era lo último que me faltaba. Después de sesenta años, cuando una cree que ya sabe todo lo de todos, resulta que no sabe nada de ninguno. Una casa donde todo sobra, y de la noche a la mañana, la ruina. ¿Por qué? Misterio. Una familia todos unidos, y de repente cada uno por su lado metido en su rincón. ¿Por qué? Misterio. La señorita Laura pegada a estas paredes como una yerba, y ahora de pronto, un equipaje de madrugada y adiós para no volver. ¿Por qué? Misterio, misterio por todas partes (Se detiene al pie de la escalera encarando a DON GABRIEL) ¿Usted también?

GABRIEL.— ¿También qué?

SIBILA.— Levantado a estas horas, como los otros, ¿Es que no piensa dormir?

GABRIEL— Imposible con este calor quieto y espeso. Es ahogarse en un vaho de horno.

SIBILA.— Aire de tormenta. Pero algo más que el calor habrá para tenerlos así a todos

GABRIEL. (Sin hacerle gran caso, pendiente de sus notas) ¿Así, cómo?

SIBILA.— Así, nerviosos y en silencio, entrando y saliendo, subiendo y bajando... como si todos estuvieran esperando algo sin saber qué. Solamente dos veces se ponen así las casas: cuando va a nacer un niño o cuando alguien va a morir.

GABRIEL.—¿Eres supersticiosa?

SIBILA.— No sé, pero no me da buena espina el agua cuando ni corre ni la gente cuando se calla ¿Qué anda usted estudiando tan metido en esos papeles?

GABRIEL. (Cierra su cuaderno) —Nada; estaba tratando de resolver una partida de ajedrez.

SIBILA.— Si señor; muy bien contestado. La culpa la tengo ya por hablar derecho donde todos escuchan torcido. ¿Que Mario anda por ahí como una sombra con fiebre? ¡No es nada, Sibila! ¿Que la señorita Laura hace el equipaje llorando en su cuarto? No es nada, Sibila. Aquí por lo visto, no le pasa nada a nadie, Pero a mí no me engañan. Yo sé muy bien que cuando nadie quiere decir lo que le pasa, es que algo muy grande le está pasando.

GABRIEL.—¿Dónde está Mario?

SIBILA.— Ahí enterrado, escribe que te escribe como si todo tuviera que quedar terminado está noche. ¿Es que no va a amanecer mañana?

GABRIEL.— Ha dicho que quería poner en orden todas sus cuentas.

SIBILA.—¡Naturalmente! Si hay que trabajar, él sólo, si hay que sufrir y arruinarse, él solo. ¡Pero a la hora de pagar que vengan todos. Yo en su lugar, miraría primero si alguien me robó lo mío.

GABRIEL.— ¿Si alguien le robo lo suyo? ¿Qué quieres decir?

SIBILA.— Nada, que Mario es demasiado bueno para este mundo de mis pecados. Yo tuve una vez un gato igual y así termino el pobre.

GABRIEL..— ¿Puede saberse qué le pasó a su gato?

SIBILA.—¿Nunca se lo conté? Pues que era un gato tan bueno que ni siquiera había aprendido a sacar las uñas. ¿Usted ha visto que los otros roban cuando tienen hambre? Aquel, no. ¡Dios nos libre! ¿Usted ha visto cómo se encrespan los otros cuando los atacan? Aquel no.



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